domingo, 15 de marzo de 2015

Bienaventurados






Benditos lo que tienen hambre de sí
y se sumergen hasta lo más hondo de su ser
y arrancan los restos desabridos
de su paladar mediocre,
estragados por las migajas
caídas de la mesa de Narciso.

Benditas las mujeres hambrientas de amor,
hechas de hilos de encaje
con que tejen la vida por medio de la magia
de los pequeños gestos cotidianos,
y por el valor y el arrojo
para las grandes decisiones.

Bendita el hambre itinerante
de las personas ávidas de saber,
que hurgan los misterios del existir
y cuyas manos convierten el árbol en mesa,
el trigo en pan y la leche en manteca.
Generosos, no necesitan
exhibir espadas para demostrar
que son guerreros.
Su acogedora sombra es
como un nido de seguridad
para la gran familia.

Benditos los que veneran al sol,
al agua y a la tierra
y tienen un corazón
que late al ritmo de las estaciones.
Ellos saben llenar sus vasos
con la lluvia y cocer el pan al calor de la amistad.
Benditos los que saborean
el presente como don precioso.

Benditas las manos que traducen los sentimientos,
siembran caricias
y amansan el hambre de afecto.
Y los ojos repletos de luces
y las palabras florecidas de besos.
Y el insaciable apetito de silencio,
leve como el vuelo de un pájaro.

Benditas sean las gentes
con hambre de justicia,
benditos los volcanes activos en las entrañas,
el arco iris de la pluralidad de ideas,
la cofradía de las buenas acciones,
los libros que nos leen,
los poemas cuyo eco resuena
en lo hondo del alma,
la calle desierta al amanecer,
el tranvía invisible, la vida sin miedos.
Bendita sea la parsimonia
para cuidar las plantas,
las complicidades y la gente.

Benditos los machetes conscientes
de que sus mangos están hechos de madera
y las jaulas abiertas a la libertad;
las agujas que tejen la solidaridad
y los cuchillos de puntas redondeadas.

Benditas las hambres
insaciables de saber y de sabor,
de impudor en el amor,
de Dios bajo todos los nombres imaginables.
Hambre de paz,
saciada plenamente por la justicia
–la más bendita de las hambres-
 y capaz de erradicar el hambre de la Tierra.

Bendita sea la mañana
 que reanuda la vida tras el sueño,
y la edad, que cincela arrugas cargadas de historias
y de sueños en espera
del abrazo final que transforme la vida
en eternidad y en plenitud de silencio.


J.C García Fajardo