Benditos lo que tienen hambre de sí 
y se sumergen hasta lo más hondo de su ser 
y arrancan los restos desabridos 
de su paladar mediocre, 
estragados por las migajas 
caídas de la mesa de Narciso.
Benditas las mujeres hambrientas de amor, 
hechas de hilos de encaje 
con que tejen la vida por medio de la magia 
de los pequeños gestos cotidianos, 
y por el valor y el arrojo 
para las grandes decisiones.
Bendita el hambre itinerante 
de las personas ávidas de saber, 
que hurgan los misterios del existir 
y cuyas manos convierten el árbol en mesa, 
el trigo en pan y la leche en manteca. 
Generosos, no necesitan 
exhibir espadas para demostrar 
que son guerreros. 
Su acogedora sombra es 
como un nido de seguridad 
para la gran familia.
Benditos los que veneran al sol, 
al agua y a la tierra 
y tienen un corazón 
que late al ritmo de las estaciones. 
Ellos saben llenar sus vasos 
con la lluvia y cocer el pan al calor de la amistad.
Benditos los que saborean
Benditos los que saborean
el presente como don precioso.
Benditas las manos que traducen los sentimientos, 
siembran caricias 
y amansan el hambre de afecto. 
Y los ojos repletos de luces 
y las palabras florecidas de besos. 
Y el insaciable apetito de silencio, 
leve como el vuelo de un pájaro.
Benditas sean las gentes 
con hambre de justicia, 
benditos los volcanes activos en las entrañas, 
el arco iris de la pluralidad de ideas, 
la cofradía de las buenas acciones, 
los libros que nos leen, 
los poemas cuyo eco resuena 
en lo hondo del alma, 
la calle desierta al amanecer, 
el tranvía invisible, la vida sin miedos.
Bendita sea la parsimonia
Bendita sea la parsimonia
para cuidar las plantas, 
las complicidades y la gente. 
Benditos los machetes conscientes 
de que sus mangos están hechos de madera 
y las jaulas abiertas a la libertad; 
las agujas que tejen la solidaridad 
y los cuchillos de puntas redondeadas.
Benditas las hambres 
insaciables de saber y de sabor, 
de impudor en el amor, 
de Dios bajo todos los nombres imaginables. 
Hambre de paz, 
saciada plenamente por la justicia 
–la más bendita de las hambres-
 y capaz de erradicar el hambre de la
Tierra.
Bendita sea la mañana
 que reanuda la vida tras el sueño, 
y la edad, que cincela arrugas cargadas de historias 
y de sueños en espera 
del abrazo final que transforme la vida 
en eternidad y en plenitud de silencio.
J.C García Fajardo

